1865:
Valdivielso y los Estados Pontificios
En el verano
de 1865, los valdivielsanos trabajaron como siempre, sudando la camisa de sol a
sol, para recoger las cosechas que un año más les asegurarían el sustento. Pero
sus párrocos andaban revueltos: el Papa pedía ayuda a los católicos, y se
organizaba una gran colecta en toda España, pues el Vaticano se encontraba en
la situación más precaria que había vivido desde los tiempos de Carlomagno. En
las bellas iglesias del valle, que seguramente se llenaban todos los domingos,
los sacerdotes transmitirían desde los púlpitos el dramático mensaje que asimismo
divulgaba entonces la prensa católica en los términos siguientes: los fieles
hijos de
Los
movimientos revolucionarios y unificadores que sacudieron la península italiana
a mediados del siglo XIX habían dejado los Estados Pontificios reducidos a una
cuarta parte del territorio que estos habían estado abarcando durante 1.000 años.
A partir de 1861 el Papado reinaba ya únicamente sobre el Lazio
y, pocos años más tarde, en 1870, perdería también esta última posesión
terrenal, quedándose sin territorio físico hasta la fundación de
En España la
efervescencia política y religiosa era también notable. Ilustrados y masones a
los que
La prensa
católica de la década de los 60 del siglo XIX, al tiempo que arremetía contra
todo lo que sonara a liberal, informaba sobre las colectas que se organizaban
en aquella España tan empobrecida para realizar lo que llamaban «ofrendas al
Sumo Pontífice». Además de oraciones, se pedía a los católicos que realizaran
donativos. Revisando las hemerotecas en Internet, hete aquí que me he
encontrado con los nombres de mis tatarabuelos valdivielsanos. El 8 de
septiembre de 1865, festividad de
En otro
número del mismo periódico puede leerse que el precio del pan por aquellos años
era de unos 12 cuartos[1] para una hogaza de
dos libras, lo cual puede traducirse aproximadamente como un real y medio para
1 Kg de pan. En otras publicaciones he visto que el trigo que vendieran mis
tatarabuelos se pagaría, como mucho y con fuertes oscilaciones en los precios
anuales, a unos 50 reales por fanega[2] y, si alguno de mis
parientes se iba a la ciudad a trabajar como albañil, podía llegar a ganar un
jornal de hasta 8 reales diarios, siempre que fuera bueno en su oficio y no
hubiera en aquel momento exceso de mano de obra. Si se iba a Navarra a
vendimiar, el jornal allí para un varón adulto sería de unos 6 reales. En
cualquier caso, 1 real de vellón parece una cantidad bastante modesta.
El paso
siguiente ha sido buscar la comparación con los donativos de otros vecinos del
valle. En El Almiñé destacan los 10 reales de Felipe
Barona e igual cantidad de Antonio de Ojeda, pero otros vecinos que hacen el
donativo en grupo llegan en un caso a 5 reales y en otro a 7 reales y 20
maravedís.
En Arroyo el
cura párroco da 40 reales, aunque no se especifica si son del bolsillo propio o
del cepillo de la iglesia. La familia de Miguel Alonso de
En Panizares nadie baja de 1 real, y en Población, casi nadie,
variando la mayoría de los donativos de estos pueblos entre 1 y 2 reales. En
Puente Arenas tampoco hay quien dé menos de 1 real, pero hay muchas
aportaciones de 2 reales y 4 reales, además de dos grupos que entregan 20 y 30
reales respectivamente.
En Quecedo hay dos criadas que donan 1 real cada una, pero son
aún más curiosos los casos de «Cecilio Ruiz, criado, 5 reales» y «Maria de
En Quintana
ningún donativo es inferior a 1 real, y hay quien sube a 20 reales. Un fraile
llamado Fr. Gregorio de Santiago Guzmán entrega 100 reales.
En Toba hay dos
donantes que incluyen el nombre de la sirvienta, pero no suben de 1 real. Otros
dos, que no mencionan sirviente alguno, donan 4 reales.
Y esta es la
tónica general, con recaudaciones totales que en Población llegan a unos 157
reales, en Puente Arenas a 115 reales, en Panizares a
52 reales, en Quintana a 225 reales (contando los 100 de Fray Gregorio), en Quecedo a unos 145 reales, en Santa Olalla a
aproximadamente 57 reales, etc. Aunque no hagamos una suma exacta de todas las
donaciones, creo que se puede estimar que, solo en el valle, llegarían a superarse
ampliamente los 1.000 reales, y es muy posible que se obtuvieran más de 2.000
reales en toda la merindad, unas cifras que no están nada mal para la época,
sobre todo teniendo en cuenta que los campesinos, en general, manejarían poco
dinero.
De todos
modos, las valoraciones exactas son complicadas, pues hay que tener en cuenta la
diversidad de monedas, debida a que durante el reinado de Isabel II cada
gobierno hizo su propia reforma monetaria. En el listado de donaciones vemos,
por ejemplo, que en 1865 coexisten en la merindad los céntimos y los maravedís.
Por lo que respecta al valle, curiosamente en El Almiñé,
Arroyo y Valhermosa todas las fracciones de real
aparecen en maravedís, mientras el resto de los pueblos del valle parece
utilizar ya exclusivamente los céntimos. Aunque en 1848 habían aparecido las monedas
de décimas de real, en 1865 un real seguía valiendo 34 maravedís (a pesar de
que estos habían dejado de acuñarse en 1850), y es en 1850 cuando se establece
el sistema decimal, siendo entonces 1 real de vellón equivalente a 100
céntimos. Sin embargo, se ve que los valdivielsanos que tenían en el arca
monedas anteriores, seguían usándolas. Para colmo, también las donaciones que
aparecen en céntimos pueden tener en 1865 distintos valores, pues la reforma de
1864 había introducido como unidad monetaria el escudo de plata, que equivalía
a 10 reales, pero ¡se dividía igualmente en 100 céntimos! Y en estos listados
no se precisa si las monedas son de céntimos de real o de céntimos de escudo. Para
intentar aclarar este embrollo monetario, digamos que un céntimo de escudo
equivalía a 10 céntimos de real, con lo cual un donativo de, por ejemplo, 50
céntimos de escudo valdría lo mismo que uno de 5 reales, mientras que quien
donara 50 céntimos de real estaba entregando solo medio real. Me imagino la
faltriquera de mis tatarabuelos cuando tres años más tarde llegó la peseta,
junto con nuevas acuñaciones de reales y céntimos: habría en su bolsa una amplia
variedad de moneditas, aunque, como también me imagino que eran pobres y
tendrían pocas, supongo que las distinguirían muy bien.
En cuanto a
las valoraciones en términos de riqueza-pobreza o generosidad-tacañería, me
inclino a pensar que nuestras familias eran pobres y generosas, y que su
religiosidad era en aquellos tiempos muy fuerte. Echando un vistazo a los
donativos de otras zonas rurales, por ejemplo de pueblos alaveses, en sus
listas aparecen en general cantidades algo más altas, pero no creo que esto se
deba a que allí fueran más desprendidos o más creyentes, sino a que el nivel
económico era distinto.
En cualquier
caso, el tema queda abierto, y quien lo desee puede entrar a consultar esas
páginas del periódico y buscar a sus tatarabuelos, aquellos valdivielsanos que
con tanta dignidad (y quizá un poco de orgullo o al menos satisfacción
personal) pusieron sus nombres y los de sus hijos junto a las cifras de esos
reales, maravedís o centimitos que tanto les habría costado ganar.
Mertxe García Garmilla